Cada mañana, cuando salgo a caminar, me encuentro con pequeñas curiosidades que solo el ojo observador puede ver.
Hace algún tiempo me encontré con este pequeño caracol cruzando la carretera. Un tramo corto para los humanos, pero extenso para él. No sé a dónde iba o cuál era su meta, pero me llamo la atención su determinación.
Le tomé una foto y lo dejé seguir su camino.
Cuando regresé de mi caminata, unos 50 minutos después, lo encontré nuevamente. Apenas había llegado a la mitad de su ruta, pero seguía caminando.
Me detuve a observarlo. Era una escena conmovedora.
El caracol se arrastraba con lentitud, pero sin detenerse. Se empujaba con su parte frontal, dejando un rastro de baba brillante a su paso.
Me maravilló su fuerza y perseverancia. Nadie lo notaba, nadie lo miraba, pero él seguía hacia adelante, hacia su meta, cualquiera que fuera.
Eso me hizo reflexionar. No todos corren de la misma manera. No todos logran sus metas al mismo tiempo. Hay quienes son rápidos, hay quienes son lentos. Sin embargo, eso no es tan importante como la perseverancia.
La perseverancia es la que al final dará sus frutos.
Hay rápidos que se rinden a mitad de camino y no llegan a la meta y hay lentos que perseveran hasta el final y logran lo que se propusieron.
Lo importante es perseverar, así como el caracolito, para llegar a nuestra meta o lograr aquello que tanto deseamos. Aunque a veces se haga lento el camino, no desistas. Hay recompensa para el que persevera.
«Corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante.» Hebreos 12:1